He cometido
muchos desaciertos, pero mi trabajo me ha costado. La recopilación y nominación
de los trabajos del viejo Aristóteles, del total de las 170 obras que los
catálogos antiguos recogían, sólo pude salvar 30, que vienen a ocupar unas 2,000
páginas impresas. La mayoría de ellas proceden de los llamados escritos “acroamáticos”
–algo así como los textos- concebidos para ser utilizados exclusivamente, como
tratados en el Liceo. Todas las obras publicadas en vida del propio
Aristóteles, escritas para el público general en forma de diálogos, se han
perdido, al andar de los caminos, cada vez que recorría el Maestro por
entre bosques y llanuras, entre el croar
de ranas cantarinas, el aullar de chachalacas escandalosas, el canto de
tzentzontles, bajo el sol abrasador de las llanuras brillantes de Tejupilco, o
en la escalada de los cerros perfumados que rodean a Temascaltepec.
He tenido que
improvisar, inventar, componer y ajustar la cuadratura del círculo imposible.
Me he acompañado de voces que recopilaron a otros, que han ensayado
explicaciones, de historiadores, doxógrafos, apologistas, filósofos y
filosofastros, rumberos, trovadores y jarochos, poblanos, luvianenses, oaxaqueños,
sureños y norteños. He escuchado a pontífices, demagogos, cronistas, amigos, a
Kumbala, al Café Tacuba y la Maldita Vecindad. Entendí el Puto de Molotov,
antes que lo pusiera de moda en Brasil, la clase mediocre más mediana nacional
que se fue a desgañitar, a tirarse del buque, agarrar las nalgas de mujeres
comprometidas, a surtirse a golpes en pandilla al esposo agraviado. Es que la
plebeda está alterada, diría el repoeta del corrido sanguinario, de la música
que enferma.
Me he alejado
de todo lo que huela a imperialismo. He rehuido a los estados que Gobiernan con
el poder de las armas, la religión y el dinero: porque todo lo corrompen, lo
pervierten y desprecian. Así llegaron a
mis manos las obras, del que Diógenes Laercio describiera como de “constitución
débil, voz balbuciente, piernas delgadas y ojos pequeños”, olvidando en cambio que
Platón decía “Nos cocea, como los
potrillos a las yeguas que les alimentan” y que Aristóteles cifraba como su
contraseña amicus Plato, sed magis amica veritas (Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad). Y que en un
altar, en honor de su Maestro Aristócles (Platón le llamaban por estar muy
espaldudo) inscribió, “Hombre a quien ni los malos podrán atacar”.
Heredadas a Teofrasto, el discípulo gestor de
la botánica, cedió a su vez a Neleo los textos aristotélicos, para esconderlos
en una cueva, y evitar que fuesen requisados en el destino a la biblioteca de
Pérgamo. Pasarían muchos años –casi dos siglos- hasta que en el 86 a.C., en plena ocupación
romana, el Cónsul Lucio Cornelio Sila se enteró de la existencia de unas cajas con
los escritos publicados del sabio, he inmediatamente las confiscó para
enviarlas a Roma, donde fueron compradas y vendidas. Pasando de mano en mano, el contenido de ese Thesaurus
fue sufriendo sucesivos deterioros, -semejante a la destrucción de los miles y
miles de códices mayas, teotihuacanos, aztecas, por el encono de los agoreros de Cristo- hasta que, por ahí de 1981 llegaron a mis
manos, publicadas primero por Austral, y el orden de colección lo dirigió mi
bolsillo, hasta tener en mi biblioteca
la colección empastada por la editorial Gredos. Entonces cambie mi nombre,
destino, origen, gustos y placeres y emprendí un viaje con el pseudónimo de
Andrónico de Rodas, el último responsable del Liceo. Deben saber que a la fecha
continua la batalla a favor de la Metafísica, que sencillamente significa, lo
que sigue después de la física.
Porque los
tiempos Imperiales en el tercer milenio, cree en la Metafísica como un hálito
de magia, de intuición, un soplo de divinidad en la compra de tés, yerbas,
drogas, líquidos, emplastes, “para que no le digan para que no le cuenten
llévela, llevelaaaa”… Son bendiciones, salmos y rezos administrados en el
clásico “señor, señorita, permítanme un minutito de su tiempo… es un ungüento,
un bálsamo para que duerma bien, para eliminar las callosidades de los pies…” Se
cree en las promesas de los malos políticos, en las peregrinaciones, mandas,
escapularios, hongos y peyotes, que al son de “para que no se le vea mal, para
que no se burlen de ella, para que luzca siempre bien arreglada, estirada y
limpia, para que no se le moje ni se salpique, para que se mire más grande…lleve
micas para su credencial…” Es la metafísica prometida, la tinaja del bautizo,
es la luz, el aura, el creacionismo, sabiduría desechable, que todo lo puede,
al compas musical del dinero, el miedo, la fe y la ignorancia.
En este
trajinar, de idas y venidas tantas veces, que ya no me quiero seguir viniendo,
tuve ocasión de saber del alemán de convicción, nacido en Danzing Polonia, Günter
Grass y deleitarme con su obra magistral, “El Tambor de hojalata” y la historia
de Oscar Matzerath. La biografía de un niño que decide no crecer, hasta que participa
voluntariamente sin saber, en la sentencia de muerte en contra de su Padre. Un
parricidio que se inscribe en la lógica “me he vengado tantas veces, que ahora
ya no me vengo con nadie…” Éxtasis frenético y sexual, unilateral, sangriento,
en soledad, puñeta mental, sexo cibernético, pasaje sin retorno, muerte sin
fin, laberinto de la soledad. Y al despertar, el PRI estaba otra vez aquí.
Me
explicaré con el deporte del momento, el del futbol: son los encuentros jugados
entre las selecciones de México versus Alemania y la de México contra la de
Holanda, ambos partidos llevados a cabo el 29 de junio pero con la diferencia
de 16 años (1998 – 2014). Los dos son partidos de cuartos de final (los dos
tras la conquista del mítico quinto encuentro) y también los dos pitados por un
árbitro de origen portugués. Y así las comparaciones se equiparan tanto, como
que el equipo representativo de México comenzó ganado con gol al minuto 47 en
el primero y al 48 en el segundo partido, que los dos rivales (europeos) de los
mexicanos se vieron obligados a realizar un cambio por lesión en el primer
tiempo, y que el equipo mexicano practicó un primer cambio al empezar el
segundo tiempo, en los dos casos, para variar, entrando un defensa de relevo.
Pero lo peor está por venir, pues las comparaciones escalan al grado “Déjà vu”, cuando
Alemania hace cambio de jugadores en los minutos 58 y 75, mientras Holanda los
mete en el 56 y 74, para que la opereta bufa concluyera con el empate y triunfo
teutón en cosa de diez minutos, en tanto que Holanda gana con dos goles
anotados en un lapso de 7 minutos solamente. La moraleja consabida es que
México jugo como nunca y perdió como siempre, muy al traste con la definición
que hacen del futbol, como el del juego que practican dos equipos durante 90
minutos y en el que siempre gana Alemania.
Me detengo,
porque el tema en el que me embarque desde el principio, corresponde al segundo
texto, con el que azarosamente me he encontrado, el que se refiere a “El Pueblo
que no quería crecer” obra y gracia de la pluma de –así dice- Polibio de
Arcadia, quien a su vez, se asegura, es una manuscrito que llegó sin remitente,
escrito a mano, en el que se recicla el nombre del historiador, contemporáneo
de Herodoto y de Tucídides ¿Habrá que buscar entonces, la genealogía del autor
por allí del siglo II antes de nuestra era? ¿Será necesario remontarse casi dos
mil quinientos años en el pasado, para encontrar los paralelismos que mi
instinto busca explicar, con la referencia al drama de Oskar y su Tambor de hojalata,
el enano que deliberadamente permanece en cuerpo infantil, con alma de
intemperante?: el del México que no quiere crecer.
Porque la
poesía del ensayo constituye un gazapo, una diatriba hermosa, muy digerible,
consistente, amorosa, fuerte, seca, áspera pero dulce, de lo que debe ser una
muestra de amor por el Otro. Estructurado en cuatro capítulos, llamó mucho mi
atención y alertó el agudo sentido de mi olfato analista, producto de años de experiencia lectora, la similitud
de los contenidos de ambos ensayos, que la fortuna puso frente a mis ojos: el
primer capítulo, “Elementos de una génesis”, incluye incisos sobre el conocimiento y la mentira, la
infancia del pueblo, la forma y la razón, en tanto que en el capítulo dedicado
a “Los hombres y su mundo”, se trate profusamente de los indígenas, las ideas,
la voluntad y la libertad, y de los temas que nos rozan con fuerza, al ver los resultados
del futbol nacional, la subasta de los bienes nacionales, los discursos de los lideres municipales, los
mensaje de los tlatoanis de Tollocan, pues liviandad, inferioridad, el error y
la moral, de lo posible, lo imposible y lo necesario. No podía faltar, por
supuesto, un inciso que trate de política: todos son asuntos que golpean con
fiereza en el ánimo de muchos, mientras los demás no quieren crecer. Concluye Polibio, con un corolario de amor “Durante
años no he amado los amores de los mexicanos: ¿Qué amaban?, me preguntaba. Nada
de lo que despertaba su pasión lograba despertar mi simpatía. En su elección
jamás intervenía la virtud o la reflexión, sino algo indefinible que yo no
alcanzaba a entender. Pero no había que entender; ¿Qué amaban?, repetía, hasta
que entre ellos, en la otra ladera de mi vida que he creído reseca, encontré mi
propia demencia” Y una despedida “Que no te reprochen más que lo que te has
reprochado…”
Tiempo después
supe, tras la muerte de la Maestra y Doctora, que Ikram Antaki se valió del
pseudónimo de Polibio de Arcadia para hablar de México y de los mexicanos, de
un pueblo que no quería crecer, como ahora, peor, ahora, mucho peor…