En las enseñanzas de La Rebelión en la Granja, que tomo del libro
Malos y Malditos de Fernando Savater, los animales de rebelan contra el amo que
los tiraniza, solo para pasar a ser esclavos de un cerdo (bien se puede pensar
en la patética alternancia de Zedillo a Fox o la que se pretende imponer, de
Calderón a Peña Nieto) que con astucia modifica leyes y cambia los
ordenamientos, mata y amenaza, hasta que transita de la máxima de que “todos
los animales son iguales” a la de “pero unos son mas iguales que otros”
Pero ¿como, porque y cuando se
hacen los seres humanos malos y como pueden llegar a convertirse en malditos? Me remitiré a un ensayo que publique en 1985 y
que sigue tan vigente como entonces, por estar basado en el pensamiento de
Aristóteles, contenido en sus trabajos sobre Ética: La de Nicomaco, dedicada a
su padre, la de Eudemo, que fue su discípulo; y la Gran Ética, esta ultima mas
exotérica que las dos primeras.
Se trata de analizar el problema
de la duda en el hombre, y debería añadirse el término malo, aunque tal vez
resulte excesivo. Porque los hombres buenos, los que hacen de la virtud su modo
de ser y con sus actos la felicidad de la psyché prácticamente no dudan. Estos
últimos, los mejores, son cada día más escasos y se les reconoce con tanta
dificultad que metafóricamente podría considerarse que no forman parte del
hombre común y corriente, los que si dudan.
Tampoco se analizan los actos de
aquellos otros que por sus disposiciones naturales y sus acciones son
calificados como bestiales. Los brutos (malditos o intemperantes), por sus
hábitos animales, que si no dudan es debido a que no tienen uso de razón. Finalmente,
no cabe en este estudio la presencia de los sabios, quienes por vivir
exclusivamente para y por la parte más divina del hombre son llamados Dioses y
ya no hombres. Los seres superiores, los que no se cuentan sino con los dedos
de la mano en una comunidad, tampoco dudan, porque la duda es una elección
entre el bien y el mal, y en ellos no existe este dilema.
La duda es un acto del alma, se
origina el alma y en primer lugar podría decirse que es producto de un
desacuerdo entre las dos partes en que se divide ésta: la parte racional y la
parte irracional. Uno puede estar convencido de esta afirmación y sin embargo
no entenderla. Porque la duda atañe, a su vez, a los componentes de la razón
del hombre y aquella parte de lo irracional del mismo, que participa de la
primera. Porque también es determinante la presencia y comprensión de conceptos
tales como: principios y fines, uso y posesión, voluntad-deliberación-elección,
vicios y virtudes, justicia y amistad.
¿O que acaso no puede haber
injusticia con uno mismo, cuando entre las partes del alma, una sufre algo
contra sus propios principios y deseos? ¿No es necesario que exista una cierta
justicia recíproca entre ellas, y no una justicia cualquiera, sino la propia
del amo y del esclavo, la del esposo y la esposa? ¿Y que no es necesario
entender que el amor a sí mismo y la concordia con el amigo son requisitos
indispensables para que el hombre no dude?
Tal vez, sin embargo, lo que
resulte más temible en la duda, es que ésta tiene que ver con el conocimiento
particular, con las percepciones sensibles, con la experiencia diaria de los
hombres y las mujeres que vacilan.
¿Cómo? ¿Cuándo? y ¿A quién le
sucede que dude? Son los apetitos y el placer, el aparente, los que han de
explicar el resorte disparado. Pero sobre todo los dolores. Porque se apetece
aquello que mitiga el dolor, aún a costa de acrecentarlo. Cuando ocurre esto,
es porque los deseos viles y violentos apartan la razón, bloquean los
principios, destruyéndolos poco a poco, y disfrazan los fines. Los hombres que
padecen esta vida son los que han elegido el género de la voluptuosidad, aunque
esto sea sólo un decir, pues si el objeto de la voluntad es el bien, “se sigue
que el objeto deseado por un hombre que no elige bien no es objeto de la
voluntad”
El hombre que es virtuoso decide
después de deliberar, y por lo tanto, desea de acuerdo con la deliberación. Es
decir, el principio de la acción procede de un apetito, pero se atiende a la
recta razón que le dice si debe desearlo o no. La razón manda sobre los deseos.
Pero para el hombre corrompido
por el placer o el dolor, el principio no es manifiesto, y ya no ve la
necesidad de elegirlo y hacerlo todo con vistas a tal fin: el vicio destruye el
principio”. Luego entonces, un hombre que se ha corrompido por placer o el
dolor, por perseguirlo o huir con exceso de ello, por equivocarse en cuanto a
los objetos del apetito, y por desear los objetos de aversión, si bien puede
deliberar y aún elegir, será en relación a objetos diferentes, pues en los
hombres incontinentes ante los placeres o dolores, la elección se ha realizado
aún antes de deliberar.
El dolor es tan fuerte en estos seres,
que el poseer conocimiento y deliberar o no sale sobrando, cuando la pasión los
fuerza a ser de acuerdo con el deseo de lo placentero. Porque el dolor desaloja
y luego destruye el razonamiento. “que tal humanidad se exprese en términos de
conocimiento, nada indica, de modo que hemos de suponer que los incontinentes
hablan como los actores de un teatro”. Son hombres porque dudan, aunque son
seres muy adoloridos, ya el iracundo, el cobarde, el lujurioso, el audaz, ya
cualquier forma de incontinencia.
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