Mi Mamá Chela... ¡Como se enojaba! |
Dice Diego El Cigala que “el duende, cuando más lo buscas
menos llega…” Aunque siempre está ahí, en la casa, es el dueño, habita todo lo
que te rodea. Algunos le llaman aluxes, en otras partes elfos, gnomos,
leprechauns, luttins, en México les decimos chaneques. Pero el duende también
es luto.
Es común que en el periodismo se publiquen errores
involuntarios, se dice que fue el duende. Cuando sucede algo que no es fácil
explicar, se apela a la presencia de los duendes. Recuerdo que cuando llegue a
vivir a Temascaltepec, encontré que la gente convivía con los chaneques y la
palabra me sonaba incomoda. Supe de muchas historias, de habitantes en los
bosques, de mujeres malvadas que de noche sin luna se zafaban sus piernas,
dejándolas escondidas para transformarse entonces en brujas voladoras que
aterrorizaban a la gente que no reparaba en su existencia. Había que apelar al
duende para encontrar el lugar donde estaban aquellas patas repulsivas y
quemarlas. Así se terminaba con la presencia de aquellos embrujos terroríficos,
los conjuros y correrías que asolaban y espantan.
Entonces, hace más de veinte años, mis sentidos
recortados, la escasa imaginación que entendía, mi conciencia urbana atrapada
por mitos mayestáticos, de lógica y matemáticas era incapaz de aceptar la
existencia de lo que no se ve con los ojos. Pasado tanto tiempo, a la par de mi
entendimiento racional, de la evolución de mi sabiduría propia, de la madurez
inteligente, ha tomado carta de ciudadanía en mí ser, la inconsciencia
ininteligible, inaprensible, lejana pero
tan atosigante, que se adueña de todo,
porque es el sentido de lo que se
percibe por intuición: son los duendes.
Hay que atender a las señales, los duendes que programan
las Lagrimas Negras del Cigala flamenco en la radio, cuando necesitas una
palabra que explique “la muerte de las ilusiones… el quedar en el abandono”. Son
duendes, todos aquellos eventos que no se pueden explicar con la lógica, con la
razón, con la devoción ni con la experiencia: cosas que suceden, sorpresas que
se dan de manera repentina, aparentemente inexplicable, que hay que
observarlos, convivir, pero jamás perseguirlos o pretender invertir el todo por
la parte. Los duendes son como la sombra de las personas, la que huye cada vez
que la quieres alcanzar, la que te persigue, cuando intentas alejarte de ella.
Pienso en el tema de esta Carta, que trata sobre la información
a la que estamos expuestos actualmente en México. El cambio más evidente en
nuestro país se encuentra en la economía de la palabra, el valor de las letras,
la corrupción del lenguaje. Nada explica de manera más clara el advenimiento de
un nuevo tipo de poder despótico, que la unidad de los medios para informar a
la sociedad, para desinformar a todos. Los spots, los anuncios interminables
que justifican la transformación de México, la historia de los cambios y
reformas, las definiciones de la modernidad, en close ups de maestros y
jóvenes, de electricistas y amas de casa, es el tono de las bromas y el
sonsonete de los diálogos que hechizan, persuaden y someten las conciencias.
Nadie escapa.
Son tantos los frentes empleados, que para todos hay
espacios donde acomodarse, es el repliegue de los maestros de la CNTE… “que la
sociedad lo ha pedido” , son las vanidades sociales, es la generación geek,
espejitos en forma de tecnología, bálsamos y talcos de colores y olores de
acuerdo al precio que estés dispuesto a pagar, son las peregrinaciones, los
poetas de la luz y del espíritu, son fuerzas cósmicas, es el recuerdo del
Zapatismo del Sup Marcos, son las vacaciones de los esclavos, es la hora de
salir a orinar al jardín y gastar el resto del año por adelantado, en abonos
chiquitos.
Son los PRImates que se declaran vencedores a sabiendas
de la nimiedad de sus espíritus, de saberse traidores, del alcoholismo bestial
que necesitan para morir lentamente, abducidos de la realidad. Son los juniors y los hijos de papi y mami que
se agigantan como monigotes inflables, como muñecas sexuales con bocas mamonas
que solo escupen tonterías.
Son las familias rotas, el gran ausente del discurso
académico, político, de las revistas literarias, es el insulto mayor, el
olvido, es la ignorancia, el desprecio de lo que alguna vez era una comunidad viva:
del Padre, la Madre y los Hijos, los Abuelos, los Tíos, los Vecinos, los Amigos.
Hoy no existe la familia sino en declaraciones –dice Vargas Llosa que la suya
es “familia muégano” fascinado con el espectáculo de la civilización que lo
atrapa- La terca realidad fatal ha mistificado el ser por cosas amorfas, que se
igualan en todo, tienen dos piernas, dos brazos y cabello –la mayoría- dientes
y ojos. Las diferencias vienen por otra parte, son los tatuajes, los colguijes,
las apariencias, los “selfies”, los utensilios y vestidos. Eres ciclista si te disfrazas
con trajes caros, como de payaso, aunque no dures ni la centésima parte del
recorrido de un ciclista voceador equilibrista, con paquetes que se elevan al
cielo, o de un panadero que con la canasta repleta de bolillos, conchas,
pambazos y biscochos, recorre las ciudades para entregar su trabajo y hacer
feliz a la gente que aun entiende que la vida no debe ser así: que platica con sus
fantasmas y sus muertos, que no espera vivir del perdón, que hace de su vida
una virtud, de su carácter un equilibrio entre el bien y el mal, porque lo
entiende de esta manera, porque así lo aprendió, por los ejemplos recibidos, porque
no es necesario un intermediario –el sacerdote, el político, el diputado, el
coaching de moda, el profeta- para ser
feliz.
Sepulte a mi Madre el jueves 2 de enero. Viaje a la
ciudad de México, directamente al Panteón Americano a la hora indicada, las
11:30 de la mañana, pero los duendes me jugaron una celada, fue una bendición
(lo que está bien dicho). Resulta que retrasaron, ellos, la hora del entierro
de los restos de mi Ma’ y no lo supe, y entonces, llegados desde Tejupilco, en compañía
de mis hijas Claudia, Cristina y Carmen, agobiados por el viaje, la confusión,
tristes, deprimidos, sabedor yo de que me enfrentaría a malos recuerdos, a
familiares que se han convertido en Frankesteins, lo primero que hice fue visitar
la tumba donde yace mi Padre, a quien personalmente enterré en abril del año
2000. Mi sorpresa es que justo en el momento en que me acerco al sepulcro que
contiene sus restos, veo que una cuadrilla de trabajadores realiza movimientos
en el lugar. Entonces pregunto y me entero que exhumaran el cadáver de mi Padre,
porque mi Madre quiere estar en el mismo terreno mortuorio, con los restos de
su esposo de toda la vida, y por supuesto que tampoco lo sabía yo. ¿Puedo tomar
una foto? ¿Qué pasaría si quisiera llevar los restos de mi Padre y enterrarlos
en mi rancho? Preguntaba tonterías porque el momento era estremecedor. La
pregunta más importante ¿Puedo ser yo quien extraiga los restos de mi Papá? Los
muchachos que extraían el ataúd me dijeron de muy buena gana que si, incluso me
platicaron tantas historias y como Hamlet tome el cráneo, mandíbulas, falanges,
radio y cubito, humero, vertebras. De buena madera, en casi trece años, el
cuerpo que alguna vez contuvo el alma de mi Padre, aun se encuentra en muy buenas condiciones.
Y hubo una hora para convivir a solas con ellos: Luis y
Chela, al lado de mi Abuelo Pedro, de mi Bisabuelo Ezequiel y de mi Tatarabuelo
José Trinidad, que naciera en 1813, el
Chozno de mis hijas descendientes, todos Garcia, todos juntos allí, con ellos.
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