Con base en dos artículos
firmados por Hugo Vargas y otro de Manuel López Michelone, reproduzco, en su centésimo
aniversario, un importante reconocimiento de uno de los más notables y polifacéticos
científicos del siglo XX, el inglés Alan Turing, cuyo trabajo posibilitó, entre
muchas otras cosas, la creación de las computadoras y de la red electrónica
internacional que llamamos Internet.
Alan Turing,
además de genio, era un excéntrico. Vestía arrugados trajes y se mordía las
uñas, balbuceando cosas ininteligibles, para luego caer en largos silencios. Cabe
señalar que, en caso de vivir aún, Turing, no leería los homenajes en diarios y
revistas. El padre de la computación y la inteligencia artificial no consumía
noticias. Sus gustos eran más, originales, rebuscados: tejía sus propios
guantes, usaba su pijama debajo del traje, encadenaba su taza de café al
radiador por miedo de que se la robaran. Dormía poco, rara vez hacía contacto
visual con su interlocutor y corriendo, atravesaba la ciudad mientras
mentalmente elaboraba complicadas fórmulas matemáticas.
Los
historiadores de la informática ahora lo olvidan, pero nuestro mundo
informático que deseamos y acariciamos con los dedos, nació de una tragedia
gay: Turing comenzó sus primeras investigaciones sobre inteligencia artificial
catapultado por el dolor que le provocó la muerte abrupta de su primer amor
idílico, en 1930. El sueño de revivir la mente de su compañero fuera de la
materialidad humana guió sus pensamientos. En un tiempo en el que la
homosexualidad era ilegal en Inglaterra y donde seguía intacta la ley que había
condenado a 50 años de prisión a Oscar Wilde, la homofobia volvió a Turing un
ser tímido y solitario. Confiaba más en las máquinas que en los seres humanos.
Como uno de los primeros hackers, Turing concibió lo que luego se conocería
como software y escribió el primer programa de ajedrez en una época en que las
computadoras no eran cosas, sino personas encargadas de repetir cálculos hasta
el cansancio
Matemático,
criptógrafo, filósofo, pionero de la computación, Alan Mathison Turing nació el
23 de junio de 1912 en Londres. Hizo una carrera universitaria brillante y en
1936 publicó un ensayo en el que revisa las tesis respecto a la computación y
propone soluciones más simples conocidas como la Máquina de Turing, un
dispositivo teórico que podía desarrollar cualquier problema matemático
representado por un algoritmo. Desempeñó un papel determinante en el diseño de
la máquina con que los ingleses descifraban los mensajes de otra máquina, que
los nazis utilizaban para codificar sus mensajes. Esto permitió a los buques
aliados eludir a los submarinos alemanes y que los generales y políticos se
comunicaran entre sí con confianza.
Turing quería
“construir un cerebro”, simular su funcionamiento, para explorar la capacidad
de las máquinas y entender la esencia del pensamiento y la inteligencia, pues
para él la construcción de las computadoras no era sólo un problema de
ingeniería, sino también de terminología. Turing aportó una de las ideas
cruciales del siglo XX: que los símbolos que representan instrucciones no son
diferentes de los símbolos que representan números”.
Entusiasta del
ajedrez, jugaba por diversión y porque era una de las pocas cosas que podía
hacer a la luz pública. Pero también porque el ajedrez era ideal para elaborar
ideas, analizar problemas, explorar los campos de la lógica y las matemáticas,
y experimentar con instrucciones para mecanizar procesos que permitieran a la máquina
incluso tomar decisiones. No es extraño, entonces, que en sus inicios la
investigación sobre inteligencia artificial tuviera en el ajedrez un campo de
pruebas privilegiado.
Turing había
viajado a los Estados Unidos durante la guerra para ayudar en la construcción
de los sistemas de inteligencia norteamericanos. Ahí conoció al equipo de Von
Neumann, para quien el ajedrez era uno de los juegos “de información perfecta”,
en el que ningún elemento está oculto y las posibles variables son conocidas
por los jugadores; estos juegos poseen una lógica y una estrategia puras,
“ideales” que, en teoría… se podría construir una máquina que jugara la partida
perfecta. El juego se podría representar como una larga ecuación matemática, el
tablero podría ser un mapa, a las piezas se le podrían asignar valores
relativos de acuerdo con el objetivo final, y sus movimientos se podrían
registrar y evaluar. Pero, al igual que en la leyenda sobre el origen del
ajedrez y la petición de los granos de trigo del súbdito al rey (un grano de
trigo por el primer escaque, dos por el segundo, cuatro por el tercero…) cuando
no había cosecha de trigo que alcanzara para cubrir el precio (se necesitaría
un cubo de 60 x 60 metros
de aquí a la luna para almacenar el pedido del inventor), la necesidad de
cálculo ajedrecistico era colosal: con una media de unas 35 opciones por turno
en el medio juego, y las subsiguientes 35 respuestas, la progresión geométrica
era aplastante. Con sólo anticipar dos movimientos, la computadora tendría que
evaluar 35 x 35 x 35, 1,500,625 posiciones. Tres movimientos requerían el
análisis de 1,838,265,625 posiciones posibles y más de 2,251 millones de
posiciones si se anticipaban cuatro movimientos (más o menos lo que hace un
jugador de nivel medio).
En 1948, junto con
su colega David Champernowe, empiezan a diseñar un programa de ajedrez,
Turochamp (un juego con los apellidos de sus creadores). Pese a lo rudimentario
de su nivel, en ese momento no existía el hardware necesario para ejecutar el
programa, aquí se reproduce una partida histórica: la primera entre una máquina
y un ser humano, celebrado en Manchester, en 1952.
Blancas: Turochamp/Alan Turing; Negras: Alick Glennie
1.e4 e5 2.Cc3 Cf6 3.d4 Ab4 4.Cf3 d6
5.Ad2 Cc6 6.d5 Cd4 7.h4 Ag4 8.a4 Cxf3+ 9.gxf3 Ah5 10.Ab5+ c6 11.dxc6 O-O
12.cxb7 Tb8 13.Aa6 Da5 14.De2 Cd7 15.Tg1 Cc5 16.Tg5 Ag6 17.Ab5 Cxb7 18.O-O-O
Cc5 19.Ac6 Tfc8 20.Ad5 Axc3 21.Axc3 Dxa4 22.Rd2 Ce6 23.Tg4 Cd4 24.Dd3 Cb5
25.Ab3 Da6 26.Ac4 Ah5 27.Tg3 Da4 28.Axb5 Dxb5
29.Dxd6?? (diagrama) 29… Td8 0-1
El 8 de junio de
1954 el ama de llaves encontró el cadáver de Turing en su cama. En la mesa de
noche había una manzana mordida. En los exámenes de la fruta se encontraron
rastros de cianuro. Ni su madre ni muchos de sus colegas y amigos creyeron en
la teoría del suicidio. Estos decían que tenía muchos planes para el futuro. Por
supuesto, existe la teoría del asesinato basada en el contexto de la guerra
fría, el macarthismo –para el que luego de los comunistas, los homosexuales
eran el mayor peligro para la civilización occidental– y en el temor de los
servicios secretos británicos de que la homosexualidad de Turing lo hiciera
blanco de chantajes o amenazas. Condenado a la castración química, por descubrir su homosexualidad y no
arrepentirse, Turing se volvió además de impotente, obeso.
La manzana
mordida ha dado lugar a otras especulaciones. Hay quien dice que Turing utilizó
un símbolo bíblico para reprochar el conservadurismo de la sociedad inglesa. Y,
pese a las negativas de Apple, se cree que la compañía se inspiró en la muerte
de Turing para diseñar su logotipo.
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