Es la mañana de un día después.
Es domingo y hago mi ejercicio matinal, trotando en el camino conocido como a
Santa Rosa, aquí en Tejupilco Sur Mex. La brecha húmeda presenta a las 7 de la mañana
un olor campirano en la ruta de ida, con el Cerro de la “Muñeca” como fondo,
impresionante, entre nubes de vapor que se levantan, como dice la canción del
“Chorrito” de Gabilondo Soler. De vuelta, en el horizonte contrario, entre
praderas verdes y sapos enormes que se cruzan en la vereda, observo el
despuntar del viejo Sol, mientras tarareo “Here comes the sun”, la inolvidable melodía
de The Beatles que inmediatamente viene a mi memoria.
Es la vida bella, apacible de una
comarca provincial. Es la ventaja comparativa
que hay que cuidar, reconocer, disfrutar y entender, ahora que aun se
pueden establecer las diferencias entre la vida sabia y la vida activa, la vida
política, como solo se puede entender y vivir y disfrutar en el Distrito Federal,
en el corazón de México, en la capital de toda la republica mexicana.
Porque a pesar de algunas fallas
que persisten, el transporte colectivo en el sur del estado de México ha
evolucionado y puede ser utilizado con mayor seguridad, comodidad y puntualidad.
Además, en temporada de vacaciones, con credencial de estudiante, por menos de $200 pesos, esta al alcance de
muchos jóvenes, la posibilidad de visitar el DF, y conocer la civilización de
mayor altura y calidad de toda America Latina, muy por encima de muchas capitales
norteamericanas.
Porque el DF es la reunión de
siglos de cultura, arte y sociedad. Es la capital de la información, vanguardia
en tecnologías, centro depositario de toda clase de expresiones religiosas,
políticas, ideológicas, artísticas. Un viaje al DF puede representar la visita
a Museos como el de Arqueología, el del Templo Mayor, el de Historia Natural,
el de Arte Moderno, el Anahuacalli, el de José Luis Cuevas o el Estanquillo de
Monsivais y prácticamente todo, de manera gratuita. Esta el Museo de la Estampa, el del Palacio de
Minería, el de las Intervenciones, el Franz Mayer, el del Chopo, el museo de
Diseño Gráfico, el de las “bolas” en la segunda sección del Bosque de
Chapultepec. No hay limites y por unos pesos más, uno puede conocer lugares
como el Papalote o entrar a una obra de Teatro, o simplemente caminar y ser
testigos de los diferentes latidos de la vida urbana, completamente diferentes
al ritmo de la vida rural, tal y como me sucedió este pasado sábado, en un
breve trazo, entre la estación del metro Pino Suárez y la Catedral Metropolitana.
Caminar por los rumbos de mi
adolescencia me resulta fascinante, encantan las visiones. El trayecto que va
de José María Izazaga, hasta la de Justo Sierra detrás de la Catedral, comprende el
cruce de la calle de San Jerónimo, que
tomo el nombre del convento de las monjas que cuidaron el encierro de Juana Inés
de Asbaje y Ramírez, nuestra enorme poetiza Sor Juana Inés de la Cruz. Siguen las calles de
Regina y de Mesones, donde comienza el frenesí desde muy temprano, en esta
temporada de regreso a clases. Entre estas calles, y las perpendiculares, de
Pino Suárez hasta la antigua Merced, atravesando Correo Mayor y Jesús María,
los callejones de San Pablo hasta el Anillo de Circunvalación, existe todo un festín
de útiles escolares de todo tipo, papelerías, dibujo, regalos, plásticos, boneterías.
Extasía en esta zona de la ciudad, ver la coordinación y la solidaridad que
guardan los vendedores ambulantes, con sus mercancías de dudosa calidad, pero a
precios a la mitad de lo que señalan los establecimientos comerciales.
Camine por República de Salvador,
seguido de las calles de Uruguay y Venustiano Carranza hasta llegar a la calle
de Corregidora esquina con la Plaza Mayor,
el Zócalo que cruce paso a paso, despacio, mientras no dejaba de observar el frenesí
de los automóviles al pasar, las palomas que bajan y suben incesantemente, el
deambular apresurado de la gente, el cielo plomizo, las vallas para regular el
acceso, las muestras de expresiones variadas. Me llamo poderosamente la
atención, una pequeña tienda frente a la Catedral, con unas personas declaradas en huelga
de hambre, en contra del fraude electoral y la imposición de Peña Nieto. Me
acerque a observar cuando de repente escucho gran algarabía y veo el paso de
una camioneta a toda velocidad y detrás de ellos gritos y susurros. Veo gente
que corre y chifla y empiezan a salir de la calle de Moneda más camionetas
blancas, con una docena de policías al menos cada una, llevando arriba a personas
jóvenes desaliñadas, con bolsas de plástico negras muy grandes. Son
comerciantes que han sido levantados de la vía pública y seguramente los
dirigen al ministerio respectivo.
El transito se detiene, mientras
el operativo policíaco toma forma y se puede sentir la adrenalina a flor de
piel. Decido ser parte de ese momento y me acerco y prácticamente toco, huelo,
oigo y veo: parecen “robocops” pues al chaleco que cubre y blinda pecho y
espalda, la indumentaria color gris rata o azul, le acompañan unas especies de
corazas duras pero ligeras, como jugadores de futbol americano. A uno le
pregunto si es un operativo en contra de los vendedores ambulantes… me mira,
frunce el cejo, me responde que si. Son hombres y mujeres de entre 25 a 35 años que saben que están
en riesgo. Llegan patrullas modernas, de colores azules con gris, parecen
apoyos de las que bajan policías de mayor rango que dan instrucciones.
Retirarse es la orden. Y rápidamente comienza la dispersión. Mucha gente ve, de
pie observa. Casi todos quedamos estupefactos por la rapidez, la coordinación y
la idea fija de que en cualquier momento, el cuerpo policíaco puede ser
rebasado y vencido, por las multitudes que encuentra en la venta callejera un
modus vivendi.
El momento es roto cuando se
escuchan atronantes las campanas de la Catedral.
Son las 11 de la mañana y el tañer es parecido al estruendo de
cañones de guerra, pero melodiosos. Son fuertísimos y parece que marca el
retorno de la normalidad, la del grito de “bara bara, bara bara”… la de los
danzantes prehispánicos con cuerno y caracol, sonajas y tamborcillos. Hay gente
en espera de que el sahumerio les proporcione una “limpia” que mejore su vida.
Mientras en otra parte, en la esquina norte de Guatemala y Brasil, una multitud
se agolpa para aplaudir a bailarines improvisados, que a ritmo de “breake
dance” giran y se contorsionan increíblemente.
Antes de iniciar mis tareas de
buscar y comprar los libros que traeré esta vez, para este sur de México, decido
tomar un café que se convierte en un sabroso desayuno en un pequeño establecimiento,
con muchos años de experiencia, que
tiene molinos hacia la calle, donde se preparan los diferentes clases de grano,
para que las maquinas especiales, sirvan una amplia variedad de bebidas, desde
los clásicos café expreso o americano, mas toda la gama de capuchinos, frapes y
lates que hoy seducen a paladares diferentes. Sabrosos pastelillos y la
atención esmerada del personal. Perfectamente informados, los jóvenes que
atienden las cuatro mesas escasas, nos antojan con los muffins rellenos de
mermeladas, o los estrudel calientes almibarados.
“Desde las diez ya no hay donde
parar el coche…ni un ruletero que lo quiera a uno llevar…Llegar al centro
atravesarlo es un desmoche …un hormiguero no tiene tanto animal… Saaabado
Distrito Federal”
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