miércoles, 29 de junio de 2011

EL DIA DE LA INDEPENDENCIA

Implacable, el tiempo transcurría y el azoro era cada vez mayor. Nadie daba crédito en la oficina lúgubre, siempre cargada con ese olor a papel acumulado, añejo, a espacio y tiempo, a alfombras roídas en las esquinas, gastadas, en la senda que lleva de la puerta de entrada al escritorio del amanuense contratado por el Ayuntamiento, para decir que no, a todo. Del burócrata imaginado por Abel Quezada, calvo para “no despertar envidias”, con un cojín en las posaderas, para que el jefe lo pueda patear cuando quiera, traje de vestir de terlenka, camisa con los cuellos percudidos y una corbata de poliéster, inmensa como babero, pero eso si, con una sonrisa de oreja a oreja y cara de idiota, para hacer chistes “a sus costillas”. Sonrisa que en ese momento, al caer la noche del día de elecciones para Gobernador del estado de México, se había borrado por primera vez, del rostro del joven aprendiz de político, de caporal, que jamás imagino que podría el RIP, perder las elecciones.

A cada momento, a cada instante llegaba más información, cruzada, tergiversada, contundente. Todo era confusión, pánico, sorpresa. A diferencia de la derrota del RIP ante Fox, esperada y negociada, en esta ocasión nadie del sistema político autóctono, llego a imaginar esta pesadilla. ¿Qué había pasado con los operativos de “taqueo”, con los brigadistas del magisterio amenazantes, afuera de las casillas, corrompiendo, cínicos, con sus playeritas blancas, puritanos, buscando infundir miedo? ¿Qué sucedió con los millones de pesos pagados por credenciales de elector, por fotografías del voto al interior de las casillas, por las dadivas a los periodistas y las gratificaciones a los electricistas? Había escenas de histeria, de llanto infantil, berridos caprichosos como los de Hank Rhon, quien desde Tijuana, nuevamente volvía a despotricar y lloriquear al aire, en una entrevista “banquetera” sus dudas razonadas, de que otra vez la Gordillo se los había “chingado”

Humberto Enrique, en cambio, se mantenía en la oscuridad, abrazado por el bochorno tras caer una lluvia ligera en un día sumamente caluroso, solo, al pendiente del teléfono celular que no paraba de sonar, que se negaba a contestar, esperando una sola llamada, la que no llegaría ya, la que convocara a impugnar la derrota, la que exigiría, reunir, inventar, comprobar pruebas de anomalías en las urnas, las trampas que revertidas al revés, dieran pábulo al llamado, el pretexto a cerrar filas entre los militantes del RIP. Es decir, no otra cosa, sino querer arrebatar el triunfo, a Nicolás Zapata, el candidato opositor, el candidato popular, el presunto, el virtual nuevo Gobernador del estado de México, en el estilo clásico del RIP, bien sea por la fuerza de la razón y si no, por la razón de la fuerza.

Ataviado todavía con la camisa color rojo que se hizo un fastidio, Humberto Enrique se deshacía al ver a todos sus correligionarios, desmoralizados, estupefactos, alcoholizados. La televisión, ahora apagada, el control arrojado a lo lejos, tirando del poco cabello que peinaba sobre sus sienes, en esa noche que había imaginado como la mas importante de su vida toda, “el Compadre”, como era conocido, repasaba una y otra vez el discurso, que acababa de escuchar en cadena nacional: a Rubén Avitia, el candidato del RIP reconociendo su derrota electoral, en compañía del todavía gobernador, por fin despeinado, desencajado

Ya se sabía de la debilidad de carácter del gobernador del estado. Era de sobra conocido su poco aplomo ante la adversidad y la poca determinación para enfrentar situaciones inesperadas, lejos del teleprompter, del guión televisivo y de la edición cuidada para la pantalla chica. Lo que nunca esperaron sus admiradores, toda esa estructura del RIP y las maestras del PANOPAL, las mujeres hechizadas por su porte y galanura, las que no dejaban de gritar: “bombón te quiero en mi colchón” nadie de sus fervientes admiradores pudo preveer lo que sucedería en la transmisión, de la derrota histórica del RIP en el estado de México, cuando el gober precioso, intempestivamente, incontenible, histérico empezó a emitir “pujiditos”, a bañar su rostro afilado con torrentes de lagrimas y hacer “pucheros” y moquear en cadena nacional, al grado tal que Rubén Avitia, al que apodaban “El Charro”, tuvo que sostenerlo y consolarlo entre sus brazos. Fue el clímax del ridículo, para cualquier hombre que se prestara de llamarse así. Entre lagrimeos y gemidos, el gobernador Mauricio Peña Garcés, sabia que era el jaque mate, el final de la obsesión política, la evaporación, el desvanecimiento del sueño propio y de todo el grupo Atlacomulco, de ver cumplido el augurio de la Paca, la adivina que hacia 60 años profetizara la conquista de la Presidencia de México, por un nativo del municipio que había dado lugar al grupo político mas depredador, perverso y ambicioso, de toda la República Mexicana.

Pasaban las 10 de la noche cuando Humberto Enrique ya no pudo soportar el tormento que venia padeciendo desde media día, cuando los reportes primeros indicaban una elección, al menos, se decía entonces, muy pareja. Aún recordaba en esa hora aciaga la conversación que había tenido con Luciano “el escritor”, quien le señalaba la artificiosamente construcción del escenario electoral, con base en las dichosas encuestas virtuales, orquestadas para el desaliento, pero incapaces en este momento de la historia, de contener el clima de indignación y fastidio que causaba el RIP a la mayoría de la población. El “gurú” como solía decirle el “Compadre” a Luciano, -uno de las pocos conocidos con quien guardaba una amistad noble, útil y amable- reconocía el trabajo desarrollado por la estructura territorial de su partido, que seguramente le dará los 2.2 millones de votos que se propuso. Como de costumbre no se equivoco el sabio, ya que fueron 2.3 millones los que votaron por El Charro Avitia, pero tampoco erró Luciano al calcular que este proceso electoral, registraría una votación masiva, histórica y que serían muchos más los ciudadanos inconformes y decididos a no dejar que siguiera el RIP en el gobierno, en el poder, al frente de una dictadura de 82 años. Humberto Enrique se lamentaba haber apostado, como castigo, acudir al mitin del triunfo, del candidato ganador.

Ese día en la mañana, Humberto Enrique había desayunado muy temprano, apurado café antes de las 6 y unos enchiladas rojas, por supuesto, para salir a encontrarse con las huestes paramilitares dispuestas a sus órdenes. Ya no eran momentos de coordinarse, todos estaban mas que enterados del papel asignado a cada uno en esta jornada: los policías, los empleados de limpieza, los analistas de oficinas, los brigadistas de protección civil, los enfermeros y doctores, los escrutadores, los notarios, las secretarias, los presidentes de casillas, los maestros, inspectores, supervisores, directores, Todos tenían un papel aprendido de memoria. Todos eran soldados, todos jugaba en el equipo de Mauricio Peña Garcés y cada quien estaba absolutamente consciente de las leyes y de las trampas, de las mañas a utilizar; como moverse en el límite de la legalidad para cometer fraudes y no esperar sanciones. Además el Instituto Electoral había hecho todo lo necesario para que el despilfarro gastado por el RIP, se ajustara a lo legalmente dispuesto, aunque el monto real fuera diez veces mayor a lo permitido. El derroche y la prostitución del ánimo electoral, era una de las cuitas mejor protegidas por la oficina encargada de vigilar la legalidad de la elección y estaba, como todo en el estado de México, sometido al poder del Gobernador.

Nada fue suficiente para la dictadura. Las inundaciones de esa semana que anegaron por completo Ecatepec y que exhibieron en toda su realidad la tragedia que representaba Rubén Avitia, fueron la gota que derramo el vaso social. Miles de casas bajo el agua, reventaron el dique que reprimía la voluntad de los ciudadanos mexiquenses. Como bola de nieve, por fin el ánimo ciudadano despertaba en contra de los escrutadores, los petimetres que por décadas habían manipulado sus vidas, conciencias, destinos, familias, presente, deseos… todo. Si el terremoto que en 1985 azoto a la Ciudad de México, dejo aflorar la solidaridad natural de la ciudadanía chilanga. Si la naturaleza decidió intervenir en la vida política de México, con un sismo de tamaña magnitud, para que, a pesar del desastre y las victimas, en la sociedad capitalina renaciera el espíritu comunitario, valeroso, que orgullosamente nos lego nuestro pasado prehispánico, es decir, anterior a la conquista y mestizaje, colonización y adoctrinamiento religioso. Si había sido necesario recordar que en México hay vida después de la muerte, y que el sacrificio de unos cuantos era parte del rito del renacimiento nacional, para que la raza capitalina recobrara la conciencia de su ser y destino en el tiempo y el espacio, ahora, en el 2011 había llegado la hora: el reloj de la historia marcaba el momento en que le tocaba su turno, con orgullo, majestuosamente, a la entidad mexiquense.

El domingo 3 de julio pareció tocado por un halo mágico. El sol brillante y las lluvias esporádicas invitaron a la gente a salir de sus casas y sufragar en sus respectivas casillas. No había pretexto, sonaba el día a feria, a dulces, a colores. Largas filas se formaban afuera de los sitios designados para el voto ante el asombro de los celadores institucionales. Todos los padrones de todas las casillas se vieron copados. La votación registro un increíble abstencionismo de solo 15%. Pronto los resultados comenzaron a infundir terror entre los pillastres y villanos. Cobardes, incapaces de atentar contra la fiesta cívica, los torcaces notaron como se despintaban sus coloradas camisolas y manchadas de cieno, de repudio, quedaban sus níveas playeras.

De repente se abrió la puerta, siempre atrabancada de la Presidencia sureña. Era el momento mas temido por Humberto Enrique, llegaba la hora de pagar: “las doce compañeros”, dijo Luciano y abriendo los brazos, dirigiéndose a Humberto Enrique, agrego, “digamos el requiestcat por el año que comienza, brindemos porque nos traiga ensueño” Vengo a cobrar nuestra apuesta, ¿te acuerdas?, le dijo Luciano a su “Compadre” –solo de dicho, porque el aprendiz de brujo, había economizado, a pesar de su edad, el gasto seminal en la paternidad desconocida por completo- “yo brindo, porque en mi mente brote un torrente de inspiración divina y seductora…”

Apuraron el paso, Humberto Enrique trastabillaba, aun no se reponía de los muchos tragos ingeridos, bajaron al automóvil que les conduciría, junto con muchos mas, que en caravanas se desplazaban en dirección a Toluca, al festejo descomunal, espontáneo, como nunca se había visto antes en la historia del estado y de todo México. Nadie sabia que era lo que deparaba esa madrugada del 4 de julio, todos los que se trasladaban –recordaba la clásica película de “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo”- hipnotizados, sabían, intuían que había que hacerlo. A cada poblado rebasado, la fila de vehículos se hacia mas y mas larga. Pasando Temascaltepec ya había “cola”. Por fortuna, Mauricio Peña Garcés, el Gobernador había concluido “por fin”, la vía de acceso terminal y los puentes de entrada a la “Bella”, que si no, el traslado normal de tres horas, se hubiera convertido en el doble de tiempo.

Todo pasó en un instante, un momento efímero bastó para que la magia del perdón hiciera efecto y la alegría de la nobleza surtiera sus encantamientos. Muchas mujeres, señoras viejas, niños, ancianos, fue lo primero que se veía al entrar a Toluca. Era notoria la presencia de gente del sur, con sombreros de ala ancha, en huaraches, trepados en camiones “sardineros”. Vestidas con colores brillantes, las “indias” destacaban en la “bola”. Eran las 4 de la mañana y el Compadre había recuperado la conciencia y no podía creer lo que ante sus ojos se desvelaba. Eran escenas tomadas de algún archivo de Casasola.

Fue imposible llegar al centro de Toluca, que vivía en esos momentos la más dramática expresión del realismo mágico nacional. Las estaciones de radio, siempre al servicio incondicional del gobierno toluqueño se encontraban paralizadas, incapaces de narrar lo que sus ojos veían. Sus miradas, las lenguas adoctrinadas a ver y decir lo que el “Señor diga” intentaban ajustarse a otra dimensión: inaprensible para las almas corrompidas, ininteligible para los espíritus mendaces. Pero nadie reparaba en ello. Como autómatas, al grito de a la “estatua” a la “estatua”, los ríos de gente, ahora se veían muchísimos “chavos banda” de Neza, de Chimalhuacan, y muchísimos automóviles con cartulinas pintadas con el nombre de sus municipios: Tlanepantla, Nopaltepec, Huixquilucan –estos eran tres autos de gran lujo conducidos por una docena de gueritas bien buenas- Villa del Carbón… pero la mayoría de vehículos pintarrajeados con aerosol decía Ecatepec.

Luciano y el Compadre dejaron el auto a la altura de la Puerta Tolotzin y caminando se acercaron lo mas que pudieron a donde la estatua de Carlos Hank González era lazada al cuello, mientras una retroexcavadora comenzaba a tironear del icono, del adefesio que insulto siempre la realidad mágica del estado de México.

Acostumbrado a la hipocresía, al formulismo, al abrazo fingido, la sonrisa falsa y la palabra mustia, Humberto Enrique no pudo sostenerse y al igual que la estatua se desplomo. El momento rebasaba absolutamente, la capacidad de conciencia para entender la impresión que le causaba la alegría de vivir ese momento. Tirado en el suelo, el “Compadre” comenzó a sollozar mientras daba las gracias a la vida, otra vez: por estar ahí, por hacer de esa madrugada del 4 de julio un paradigma del Día de la Independencia de México, por saber que ahora, al fin, podría comenzar a servir de verdad a su pueblo, porque la elección del género de vida político que siempre había deseado y que lo había convertido en un sujeto ruin y despreciable, estaba todavía a tiempo de cambiar el sentido de su destino. Al caer la figura de Hank y estrellarse contra el suelo, Humberto Enrique, corrió por un pedazo roto, que guardo, abrazado de Luciano, eufórico, mientras gritaba “muera Hank, muera Mauricio Peña Garcés, viva México, Viva Nicolás Zapata, Viva Andrés Manuel”

martes, 28 de junio de 2011

PRESENTACIÓN

“En octubre de 1971 apareció una revista, Plural… al llegar al número 58, desapareció” Así comenzaba el numero uno de la Revista Vuelta, no sin antes embarcarse su fundador y Director, Octavio Paz en un análisis detallado sobre la pertinencia del regreso, si volver es regreso o es otra vez, si somos lo mismo o el cambio es de otros, si es el tiempo o son las cosas, Vuelta ya no era Plural y si lo era mas aún. En ese primer número compuesto por textos de Italo Calvino, de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, con poesías de Tomas Segovia y ensayos de Rafael Segovia también, mas la presencia de Juan Garcia Ponce, de Gastón Garcia Cantú y de Alejandro Rossi, Ramón Xirau, José de la Colina, Enrique Krauze y el ahora galardonado con el Premio Cervantes, José Emilio Pacheco, se podía afirmar que aunque el consejo de redacción, los colaboradores y los propósitos son los mismos, “dejamos Plural para no perder nuestra independencia; publicamos Vuelta para seguir siendo independientes”

Y dice en la presentación de Vuelta, el Nobel Octavio Paz: “En 1971 el director de Excelsior, Julio Scherer nos propuso la publicación de una revista literaria, en el sentido amplio de la palabra literatura… Aceptamos con una condición: libertad. Scherer cumplió como los buenos y jamás nos pidió suprimir una línea o agregar una coma. Actitud ejemplar... un conflicto en la cooperativa que edita Excelsior provoco la salida del grupo que dirigía el periódico. Nosotros, todos los que hacíamos la revista (Plural), sin vacilar un instante, decidimos irnos también”

El atrevimiento, quizás insolencia para utilizar el nombre de esta insigne revista de la historia cultural de México, combinada con un apócope de Sur y Sueña, es una medida desesperada aunque calculada, para intentar corregir problemas muy parecidos a los que enfrentaba Plural-Vuelta, por SU®EÑA PLURAL a nivel local, en el estado, en otros tiempos. Creo más bien que es una señal de respeto, por dar la luz en una entidad y particularmente en una región, donde el despotismo de sus gobernantes, ha terminado con la inteligencia, con la libertad, con la capacidad de respuesta. Es un llamado a soñar de manera plural, como medicina segura para combatir la gravedad de la vida pasiva, dócil, dormida, alejada de la vida activa, por la del político, que es el fundamento de este acto, que invita a todo el que quiera hacer algo y dejar de ser nada.

“La izquierda esta paralizada por una tradición dogmática y por su pasado estalinista. La derecha no existe, al menos como pensamiento político. Hay que repetirlo: nuestra obtusa derecha no tiene ideas sino intereses. De ahí que prefiera infiltrarse en el PRI; es más fácil corromper a los funcionarios públicos que presentar a los mexicanos un programa distinto al oficial”

El diagnóstico que dio origen a Vuelta en 1976, es el mismo síntoma que se extiende sobre todo el estado de México y se ve agudizado en esta temporada de elecciones. Un estado corrompido, una sociedad silenciada, una población mayoritariamente ignorante, exige tomar medidas, una de ellas es inaugurar un centro de critica independiente. Mejor si el paso inaugural se da en un medio de comunicación, caracterizado por su pasión por la libertad, decano en el periodismo sureño, maestro de generaciones de periodistas, calificado por un rasgo esencial: la valentía. Dirigido por un hombre congruente, maestro y generoso: Félix Garcia.

SU®EÑA PLURAL esta contemplado en este proyecto inaugural como una revista o un suplemento quizás, de frecuencia quincenal. El tiempo dirá y el público decidirá su periodicidad. “¿Que podemos ofrecerles en cambio? Ser fieles a nosotros mismos: escribir. No nos avergüenza decir que la literatura es nuestro oficio y nuestra pasión. Cierto, la literatura no salva al mundo; al menos lo hace visible: lo representa o, mejor dicho, lo presenta. A veces también lo transfigura; y otras, lo trasciende.”

La palabra escrita es el instrumento mas humano que existe, es mas que la humanidad misma, pero al mismo tiempo es una herramienta, un arma, es poderosa, puede seer destructiva, mayor que las energías nucleares, los rayos gama, los z y los x. La palabra crea o mata, genera o esteriliza.

Decía el gran historiador Gibbon que un “pueblo sin poesía es un pueblo sin alma, una nación sin crítica es una nación ciega”. El estado de México lleva 80 años de sufrir un despotismo que desvanece la palabra, ignora la crítica, combate la disidencia, olvida a los opositores. Un gobierno dictatorial que solo ve, oye y habla con los amos y señores del mundo: con el gobierno de los EUA, con el Vaticano Católico y con la plutocracia mexicana, en especial la dueña de las televisoras. Es la hora de SU®EÑA PLURAL.