jueves, 17 de julio de 2014

MITOS Y LEYENDAS SUREÑAS de Andrónico de Rodas


¡ES QUE NO QUIERO CRECER!
He cometido muchos desaciertos, pero mi trabajo me ha costado. La recopilación y nominación de los trabajos del viejo Aristóteles, del total de las 170 obras que los catálogos antiguos recogían, sólo pude salvar 30, que vienen a ocupar unas 2,000 páginas impresas. La mayoría de ellas proceden de los llamados escritos “acroamáticos” –algo así como los textos- concebidos para ser utilizados exclusivamente, como tratados en el Liceo. Todas las obras publicadas en vida del propio Aristóteles, escritas para el público general en forma de diálogos, se han perdido, al andar de los caminos, cada vez que recorría el Maestro por entre  bosques y llanuras, entre el croar de ranas cantarinas, el aullar de chachalacas escandalosas, el canto de tzentzontles, bajo el sol abrasador de las llanuras brillantes de Tejupilco, o en la escalada de los cerros perfumados que rodean a Temascaltepec.
He tenido que improvisar, inventar, componer y ajustar la cuadratura del círculo imposible. Me he acompañado de voces que recopilaron a otros, que han ensayado explicaciones, de historiadores, doxógrafos, apologistas, filósofos y filosofastros, rumberos, trovadores y jarochos, poblanos, luvianenses, oaxaqueños, sureños y norteños. He escuchado a pontífices, demagogos, cronistas, amigos, a Kumbala, al Café Tacuba y la Maldita Vecindad. Entendí el Puto de Molotov, antes que lo pusiera de moda en Brasil, la clase mediocre más mediana nacional que se fue a desgañitar, a tirarse del buque, agarrar las nalgas de mujeres comprometidas, a surtirse a golpes en pandilla al esposo agraviado. Es que la plebeda está alterada, diría el repoeta del corrido sanguinario, de la música que enferma.
Me he alejado de todo lo que huela a imperialismo. He rehuido a los estados que Gobiernan con el poder de las armas, la religión y el dinero: porque todo lo corrompen, lo pervierten y desprecian.  Así llegaron a mis manos las obras, del que Diógenes Laercio describiera como de “constitución débil, voz balbuciente, piernas delgadas y ojos pequeños”, olvidando en cambio que Platón decía “Nos cocea,  como los potrillos a las yeguas que les alimentan” y que Aristóteles cifraba como su contraseña amicus Plato, sed magis amica veritas (Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad). Y que en un altar, en honor de su Maestro Aristócles (Platón le llamaban por estar muy espaldudo) inscribió, “Hombre a quien ni los malos podrán atacar”.

Aristóteles

Heredadas a Teofrasto, el discípulo gestor de la botánica, cedió a su vez a Neleo los textos aristotélicos, para esconderlos en una cueva, y evitar que fuesen requisados en el destino a la biblioteca de Pérgamo. Pasarían muchos años –casi dos siglos-  hasta que en el 86 a.C., en plena ocupación romana, el Cónsul Lucio Cornelio Sila se enteró de la existencia de unas cajas con los escritos publicados del sabio, he inmediatamente las confiscó para enviarlas a Roma, donde fueron compradas y vendidas. Pasando de  mano en mano, el contenido de ese Thesaurus fue sufriendo sucesivos deterioros, -semejante a la destrucción de los miles y miles de códices mayas, teotihuacanos, aztecas,  por el encono de los agoreros de Cristo-  hasta que, por ahí de 1981 llegaron a mis manos, publicadas primero por Austral, y el orden de colección lo dirigió mi bolsillo,  hasta tener en mi biblioteca la colección empastada por la editorial Gredos. Entonces cambie mi nombre, destino, origen, gustos y placeres y emprendí un viaje con el pseudónimo de Andrónico de Rodas, el último responsable del Liceo. Deben saber que a la fecha continua la batalla a favor de la Metafísica, que sencillamente significa, lo que sigue después de la física.
Porque los tiempos Imperiales en el tercer milenio, cree en la Metafísica como un hálito de magia, de intuición, un soplo de divinidad en la compra de tés, yerbas, drogas, líquidos, emplastes, “para que no le digan para que no le cuenten llévela, llevelaaaa”… Son bendiciones, salmos y rezos administrados en el clásico “señor, señorita, permítanme un minutito de su tiempo… es un ungüento, un bálsamo para que duerma bien, para eliminar las callosidades de los pies…” Se cree en las promesas de los malos políticos, en las peregrinaciones, mandas, escapularios, hongos y peyotes, que al son de “para que no se le vea mal, para que no se burlen de ella, para que luzca siempre bien arreglada, estirada y limpia, para que no se le moje ni se salpique, para que se mire más grande…lleve micas para su credencial…” Es la metafísica prometida, la tinaja del bautizo, es la luz, el aura, el creacionismo, sabiduría desechable, que todo lo puede, al compas musical del dinero, el miedo, la fe y la ignorancia.

En este trajinar, de idas y venidas tantas veces, que ya no me quiero seguir viniendo, tuve ocasión de saber del alemán de convicción, nacido en Danzing Polonia,  Günter Grass y deleitarme con su obra magistral, “El Tambor de hojalata” y la historia de Oscar Matzerath. La biografía de un niño que decide no crecer, hasta que participa voluntariamente sin saber, en la sentencia de muerte en contra de su Padre. Un parricidio que se inscribe en la lógica “me he vengado tantas veces, que ahora ya no me vengo con nadie…” Éxtasis frenético y sexual, unilateral, sangriento, en soledad, puñeta mental, sexo cibernético, pasaje sin retorno, muerte sin fin, laberinto de la soledad. Y al despertar, el PRI estaba otra vez aquí.
Me explicaré con el deporte del momento, el del futbol: son los encuentros jugados entre las selecciones de México versus Alemania y la de México contra la de Holanda, ambos partidos llevados a cabo el 29 de junio pero con la diferencia de 16 años (1998 – 2014). Los dos son partidos de cuartos de final (los dos tras la conquista del mítico quinto encuentro) y también los dos pitados por un árbitro de origen portugués. Y así las comparaciones se equiparan tanto, como que el equipo representativo de México comenzó ganado con gol al minuto 47 en el primero y al 48 en el segundo partido, que los dos rivales (europeos) de los mexicanos se vieron obligados a realizar un cambio por lesión en el primer tiempo, y que el equipo mexicano practicó un primer cambio al empezar el segundo tiempo, en los dos casos, para variar, entrando un defensa de relevo. Pero lo peor está por venir, pues las comparaciones escalan al grado “Déjà vu”, cuando Alemania hace cambio de jugadores en los minutos 58 y 75, mientras Holanda los mete en el 56 y 74, para que la opereta bufa concluyera con el empate y triunfo teutón en cosa de diez minutos, en tanto que Holanda gana con dos goles anotados en un lapso de 7 minutos solamente. La moraleja consabida es que México jugo como nunca y perdió como siempre, muy al traste con la definición que hacen del futbol, como el del juego que practican dos equipos durante 90 minutos y en el que siempre gana Alemania.


Pero un encuentro inesperado, de hace 15 siglos o 15 años ya ni sé… sucedió cuando coincidieron en mi ser, dos presencias de manera casi simultánea, la de un “Manual del ciudadano contemporáneo”, texto que llego a mis manos, cuando una de mis princesas, la Cleopatra de Shakespeare –así le digo y se enoja- lo leyó como parte del programa de estudios en la Academia de mi compadre Midas, se cruzó felizmente, con la historia de “El Pueblo que no quería crecer”.  Un texto bien logrado y balanceado, el Manual del Ciudadano, organizado en cuatro capítulos que tratan los asuntos de la razón y la Autoridad, y asume como forma de gobierno sujeta al análisis contemporáneo, la de la República, lo que le agrega mucho valor al análisis; el segundo tiempo lo dedica a filosofar sobre valores y vicios y ahora entra en juego la dicotomía democracia-demagogia, y hasta un politólogo de quinta, deberá inclinarse ante la majestuosidad de la secuencia indicada; en el tercer apartado, el texto parece aflojar un poco la fuerza de la lógica narrativa, pues se refiere a los vicios contemporáneos, arraigados en toda sociedad de apariencias: y son la rebeldía, violencia, burguesía, conformismo, pena de muerte. Creo que la señora Antaki –olvidaba nombrar a la autora del primer texto, es una mediterránea, Ikram Antaki, de linaje libanés- se sale un poco del tema o quizás, la Maestra consideró inscribir estos asideros ideológicos, como paradoja de las preocupaciones que enferman al ciudadano trimilenario, porque en el cuarto capítulo, se va con todo sobre la naturaleza del poder (que no es el Leviatán de Hobbes, ni el  monopolio legitimo de Weber, ni tanta fantasía mamona inventada… incluyo a Michel  Foucault ¡claro! que gusta por su discurso carismático y por su semejanza con Freddie  Mercury, el de Queen), la presencia de los medios –que en el filo del nuevo milenio no eran aun lo que son ahora, 15 minutos más tarde-  y pregunta ¿Cómo surge y se destruye una civilización?

Me detengo, porque el tema en el que me embarque desde el principio, corresponde al segundo texto, con el que azarosamente me he encontrado, el que se refiere a “El Pueblo que no quería crecer” obra y gracia de la pluma de –así dice- Polibio de Arcadia, quien a su vez, se asegura, es una manuscrito que llegó sin remitente, escrito a mano, en el que se recicla el nombre del historiador, contemporáneo de Herodoto y de Tucídides ¿Habrá que buscar entonces, la genealogía del autor por allí del siglo II antes de nuestra era? ¿Será necesario remontarse casi dos mil quinientos años en el pasado, para encontrar los paralelismos que mi instinto busca explicar, con la referencia al drama de Oskar y su Tambor de hojalata, el enano que deliberadamente permanece en cuerpo infantil, con alma de intemperante?: el del México que no quiere crecer.
Porque la poesía del ensayo constituye un gazapo, una diatriba hermosa, muy digerible, consistente, amorosa, fuerte, seca, áspera pero dulce, de lo que debe ser una muestra de amor por el Otro. Estructurado en cuatro capítulos, llamó mucho mi atención y alertó el agudo sentido de mi olfato analista,  producto de años de experiencia lectora, la similitud de los contenidos de ambos ensayos, que la fortuna puso frente a mis ojos: el primer capítulo, “Elementos de una génesis”, incluye incisos  sobre el conocimiento y la mentira, la infancia del pueblo, la forma y la razón, en tanto que en el capítulo dedicado a “Los hombres y su mundo”, se trate profusamente de los indígenas, las ideas, la voluntad y la libertad, y de los temas que nos rozan con fuerza, al ver los resultados del futbol nacional, la subasta de los bienes nacionales,  los discursos de los lideres municipales, los mensaje de los tlatoanis de Tollocan, pues liviandad, inferioridad, el error y la moral, de lo posible, lo imposible y lo necesario. No podía faltar, por supuesto, un inciso que trate de política: todos son asuntos que golpean con fiereza en el ánimo de muchos, mientras los demás no quieren crecer.  Concluye Polibio, con un corolario de amor “Durante años no he amado los amores de los mexicanos: ¿Qué amaban?, me preguntaba. Nada de lo que despertaba su pasión lograba despertar mi simpatía. En su elección jamás intervenía la virtud o la reflexión, sino algo indefinible que yo no alcanzaba a entender. Pero no había que entender; ¿Qué amaban?, repetía, hasta que entre ellos, en la otra ladera de mi vida que he creído reseca, encontré mi propia demencia” Y una despedida “Que no te reprochen más que lo que te has reprochado…”

Tiempo después supe, tras la muerte de la Maestra y Doctora, que Ikram Antaki se valió del pseudónimo de Polibio de Arcadia para hablar de México y de los mexicanos, de un pueblo que no quería crecer, como ahora, peor, ahora, mucho peor…