lunes, 31 de octubre de 2011

MALOS Y MALDITOS (segunda parte)

En las enseñanzas de La Rebelión en la Granja, que tomo del libro Malos y Malditos de Fernando Savater, los animales de rebelan contra el amo que los tiraniza, solo para pasar a ser esclavos de un cerdo (bien se puede pensar en la patética alternancia de Zedillo a Fox o la que se pretende imponer, de Calderón a Peña Nieto) que con astucia modifica leyes y cambia los ordenamientos, mata y amenaza, hasta que transita de la máxima de que “todos los animales son iguales” a la de “pero unos son mas iguales que otros”
La moraleja es que el poder es algo muy peligroso y que siempre hay algunos que están dispuestos a cualquier cosa con tal de dominar. George Orwell el autor dice que pensaba en Stalin, al construir al cerdo despótico, aunque bien pudo ser Franco, Hitler o Gadafi, el recién defenestrado y agrega Savater “La única solución para evitar que alguien se haga el amo de la granja o del país en que vivimos, es el sistema democrático: Que solo mande quien haya sido elegido por la mayoría y que DEJE DE MANDAR CUANDO LA MAYORIA DECIDA QUE NO LE GUSTA COMO ESTA MANDANDO
Pero ¿como, porque y cuando se hacen los seres humanos malos y como pueden llegar a convertirse en malditos?  Me remitiré a un ensayo que publique en 1985 y que sigue tan vigente como entonces, por estar basado en el pensamiento de Aristóteles, contenido en sus trabajos sobre Ética: La de Nicomaco, dedicada a su padre, la de Eudemo, que fue su discípulo; y la Gran Ética, esta ultima mas exotérica que las dos primeras.
Se trata de analizar el problema de la duda en el hombre, y debería añadirse el término malo, aunque tal vez resulte excesivo. Porque los hombres buenos, los que hacen de la virtud su modo de ser y con sus actos la felicidad de la psyché prácticamente no dudan. Estos últimos, los mejores, son cada día más escasos y se les reconoce con tanta dificultad que metafóricamente podría considerarse que no forman parte del hombre común y corriente, los que si dudan.
Tampoco se analizan los actos de aquellos otros que por sus disposiciones naturales y sus acciones son calificados como bestiales. Los brutos (malditos o intemperantes), por sus hábitos animales, que si no dudan es debido a que no tienen uso de razón. Finalmente, no cabe en este estudio la presencia de los sabios, quienes por vivir exclusivamente para y por la parte más divina del hombre son llamados Dioses y ya no hombres. Los seres superiores, los que no se cuentan sino con los dedos de la mano en una comunidad, tampoco dudan, porque la duda es una elección entre el bien y el mal, y en ellos no existe este dilema.
La duda es un acto del alma, se origina el alma y en primer lugar podría decirse que es producto de un desacuerdo entre las dos partes en que se divide ésta: la parte racional y la parte irracional. Uno puede estar convencido de esta afirmación y sin embargo no entenderla. Porque la duda atañe, a su vez, a los componentes de la razón del hombre y aquella parte de lo irracional del mismo, que participa de la primera. Porque también es determinante la presencia y comprensión de conceptos tales como: principios y fines, uso y posesión, voluntad-deliberación-elección, vicios y virtudes, justicia y amistad.
¿O que acaso no puede haber injusticia con uno mismo, cuando entre las partes del alma, una sufre algo contra sus propios principios y deseos? ¿No es necesario que exista una cierta justicia recíproca entre ellas, y no una justicia cualquiera, sino la propia del amo y del esclavo, la del esposo y la esposa? ¿Y que no es necesario entender que el amor a sí mismo y la concordia con el amigo son requisitos indispensables para que el hombre no dude?
Tal vez, sin embargo, lo que resulte más temible en la duda, es que ésta tiene que ver con el conocimiento particular, con las percepciones sensibles, con la experiencia diaria de los hombres y las mujeres que vacilan.
¿Cómo? ¿Cuándo? y ¿A quién le sucede que dude? Son los apetitos y el placer, el aparente, los que han de explicar el resorte disparado. Pero sobre todo los dolores. Porque se apetece aquello que mitiga el dolor, aún a costa de acrecentarlo. Cuando ocurre esto, es porque los deseos viles y violentos apartan la razón, bloquean los principios, destruyéndolos poco a poco, y disfrazan los fines. Los hombres que padecen esta vida son los que han elegido el género de la voluptuosidad, aunque esto sea sólo un decir, pues si el objeto de la voluntad es el bien, “se sigue que el objeto deseado por un hombre que no elige bien no es objeto de la voluntad”
El hombre que es virtuoso decide después de deliberar, y por lo tanto, desea de acuerdo con la deliberación. Es decir, el principio de la acción procede de un apetito, pero se atiende a la recta razón que le dice si debe desearlo o no. La razón manda sobre los deseos.
Pero para el hombre corrompido por el placer o el dolor, el principio no es manifiesto, y ya no ve la necesidad de elegirlo y hacerlo todo con vistas a tal fin: el vicio destruye el principio”. Luego entonces, un hombre que se ha corrompido por placer o el dolor, por perseguirlo o huir con exceso de ello, por equivocarse en cuanto a los objetos del apetito, y por desear los objetos de aversión, si bien puede deliberar y aún elegir, será en relación a objetos diferentes, pues en los hombres incontinentes ante los placeres o dolores, la elección se ha realizado aún antes de deliberar.
El dolor es tan fuerte en estos seres, que el poseer conocimiento y deliberar o no sale sobrando, cuando la pasión los fuerza a ser de acuerdo con el deseo de lo placentero. Porque el dolor desaloja y luego destruye el razonamiento. “que tal humanidad se exprese en términos de conocimiento, nada indica, de modo que hemos de suponer que los incontinentes hablan como los actores de un teatro”. Son hombres porque dudan, aunque son seres muy adoloridos, ya el iracundo, el cobarde, el lujurioso, el audaz, ya cualquier forma de incontinencia.






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