jueves, 16 de febrero de 2012

ENFERMEDADES DE LA VOLUNTAD

¡Que me he topado con Santiago Ramón y Cajal (1852-1934)! Médico Militar, eminente investigador, Premio Nobel de Medicina en 1906 y una obra que es un hallazgo “Los Tónicos de la Voluntad (1897) De donde reproduzco una selección personal del capítulo V, cuyo título viste esta columna, pensada para que reflexionen con ella los jóvenes que comienzan, los adultos que son tentados a desviar el recto camino y los viejos petrificados, apoltronados en las torres de Babel, de la ciencia y la educación en México:
«Todos hemos visto profesores superiormente dotados, desbordantes de actividad e iniciativas, en posesión de suficientes medios de trabajo, y que, sin embargo, no realizan obra personal ni escriben casi nunca. Sus discípulos y admiradores esperan con ansia la obra grande, legitimadora del alto concepto que del maestro se formaron, pero la obra grande no se escribe y el maestro continúa callando… dichos maestros son enfermos de la voluntad… pero sus discípulos y amigos harán bien en considerarlos como anormales y en proponerles, con el respeto y dulzura debidos a su alta mentalidad, tratamiento espiritual adecuado.
Estos ilustres fracasados agrúpanse en las principales clases siguientes: Contempladores, Eruditos o Bibliófilos, Megalófilos, Organófilos, Descentrados, Teorizantes. Nuestro propósito ha sido ponerles delante el espejo donde tanto ellos como sus discípulos y admiradores contemplen su deformidad.
Contempladores: Variedad morbosa muy frecuente… reconócese en los síntomas siguientes: amor a la contemplación de la Naturaleza, pero sólo en sus manifestaciones estéticas ¿A qué seguir? Todos nuestros lectores recordarán tipos y variedades interesantes de esta especie, tan simpática por su entusiasmo juvenil y verbo (tan) cálido y cautivador como estéril, para el progreso efectivo de la Ciencia.
Bibliófilos y Políglotas: Los síntomas de esta dolencia son: tendencias enciclopedistas, dominio de muchos idiomas, algunos totalmente inútiles, abono exclusivo a revistas poco conocidas, acaparamiento de cuantos libros novísimos aparecen en el escaparate de los libreros, lectura asidua de lo que importa saber, pero sobre todo de lo que a pocos interesa, pereza invencible para escribir y desvío del seminario y del laboratorio.... Nadie ignora que vale quien sabe y actúa, y no quien sabe y se duerme. Rendimos tributo de veneración a quien añade una obra original a una biblioteca y se lo negamos a quien lleva una biblioteca en la cabeza. Saber, pero transformar, conocer, pero obrar: tal es la norma del verdadero hombre de ciencia.
Los Megalófilos: Esta variedad de malogrados por atributos nobles y simpáticos. Estudian mucho, pero aman también el trabajo personal, poseen el culto de la acción y dominan los métodos inquisitivos… Y, sin embargo, un error funesto esteriliza sus afanes. Como si confiaran en el milagro, desean estrenarse con hazaña prodigiosa… con un gran descubrimiento, aspiran a ascender, desde el primer combate, de soldados a generales…¡Y todo por no haberse plegado desde el principio, modesta y humildemente, a esta ley de Naturaleza, que es también táctica de buen sentido!: abordar primeramente los pequeños problemas para acometer después, si el éxito sonríe y las fuerzas crecen, las magnas hazañas de la investigación, Esta actitud prudente podrá no conducir siempre a la gloria, pero en todo caso nos granjeará la estima de los sabios y el respeto y consideración de nuestros conciudadanos. La realidad es que no trabajan bastante, fáltales perseverancia. Como decía agudamente Baltazar Gracián en su Oráculo manual: “Todo se les va a algunos en comenzar y nada acaban, inventan, pero no prosiguen, todo para en parar...”
Organófilos: Variedad poco importante de infecundos, reconócense en seguida por una especie de culto fetichista hacia los instrumentos de observación. Fascinados por el brillo del metal…cuidan amorosamente de sus ídolos, que guardan como en sagrario, relucientes como espejos y admirablemente representados… Estos maestros erraron la vocación: Creen ser buenos docentes y celosos funcionarios, y en realidad son excelentes amas de casa.
Los Descentrados: Si el profesorado no fuera a menudo entre nosotros mero escabel de la política... si a nuestros candidatos a la cátedra se les exigieran, en concursos y oposiciones, pruebas objetivas de aptitud y vocación, en vez de pruebas puramente subjetivas y en cierto modo proféticas, abundarían menos esos casos de actividad oficial entre la función retribuida y la actividad libre.  
“Una de las causas de la prosperidad de Inglaterra (decía un Profesor de Cambridge) consiste en que entre nosotros cada cual ocupa su puesto”. Lo contrario de lo que, salvando honrosas excepciones, acontece en España, en donde muchos parecen ocupar un puesto no para desempeñarlo, sino para cobrarlo y tener de paso el gusto de excluir a los aptos… bien consideradas las cosas, dichos fracasados entran también en la categoría de abúlicos, porque carecen de la energía necesaria para cambiar de camino, armonizando al fin la vocación con el empleo.
Los Teorizantes: Hay cabezas cultísimas y superiormente dotadas cuya voluntad padece una forma especial de pereza... He aquí sus síntomas culminantes: talento de exposición, imaginación creadora e inquieta, desvío del laboratorio y antipatía invencible hacia la ciencia concreta y los hechos menudos. Pretenden ver en grande y viven en las nubes. Prefieren el libro… y las hipótesis brillantes y audaces a las concepciones clásicas, pero sólidas… En el fondo, el teorizante es un perezoso disfrazado de diligente. Sin percatarse de ello, obedece a la ley del mínimo esfuerzo. Porque es más fácil forjar una teoría que descubrir un fenómeno.  Adoctrinar envuelve cierta arrogancia pedante, algo como alarde de superioridad intelectual, que sólo se perdona al sabio ilustrado por larga serie de descubrimientos positivos. Adquiramos primero personalidad, seamos obreros útiles, más adelante veremos si se nos consiente ser arquitectos»













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