jueves, 23 de febrero de 2012

LA GRAN COMILONA

“hay dos tipos de comida
la que alimenta el cuerpo y la que alimenta el espíritu
Esta columna fue publicada con anterioridad, hace aproximadamente seis años, cuando llegue junto con mi familia a establecerme en Tejupilco. El propósito era entonces abrir un espacio para tratar asuntos relacionados con el buen comer y la gastronomía que es decir lo mismo. Tras la experiencia afortunada, aunque efímera del restaurante La Misión y dos periodos de gobierno municipales encabezados por el PRI, actualmente no existen las condiciones en este lugar para repetir la empresa, en virtud del deterioro del ingreso económico de la población y del deterioro moral que aqueja a la sociedad.
Si bien continúan en operación las opciones conocidas y recomendables para comer “en la calle”, la realidad es que no existe una sola alternativa para disfrutar del tiempo libre, en familia, con comodidad, de manera novedosa, con orden y seguridad. En seis años se mantienen La Palapa, La Jaibita y Los Pilares que siguen siendo lo mismo. Otros negocios como los Rancheros o la Tarraya se han disminuido en muchos sentidos, y en el mismo periodo han abierto y cerrado mas de dos docenas de establecimientos, sin mayor gracia que la intentona, por sorprender a una clientela harto difícil de convencer a salir y probar variedades diferentes. Un nuevo negocio que ofrece pizzas, pero con un local adecuado y en buen lugar es una de las empresas pensadas con la cabeza, excepto por el nombre: Súper Pizza.  Una opción en verdad recomendable y un hallazgo en el sur del Edo Mex es el restaurante yucateco El Mayab, por los rumbos de San Simón: la comida muy bien preparada y de precio accesible se complementa con la amabilidad y finura de atención de sus propietarios, lástima de lo reducido del local que no permite el relajamiento y comodidad, sin embargo es el tamaño óptimo para el tipo de pueblo y sus hábitos de consumo.
En seis años han proliferado en Tejupilco, opciones de entretenimiento basadas en el consumo de alcohol y en espectáculos decadentes: strippers, tangas, banda y cosas por el estilo que degradan el espíritu social y corrompen a la juventud. Ni me detengo a mencionarlos porque entiendo las necesidades de sus economías, pero no habla bien de una comunidad, en donde no surgen alternativas que construyan los sentidos humanos, en vez de privilegiar las bajas pasiones animales.  Buen reflejo del estado de la política cultural sureña, se aprecia en la cartelera que se anuncia para la próxima fiesta local: de Guerra de Chistes a la Jenny Rivera, ni a cual irle.
LA MISIÓN EN SAM'S METEPEC
Por eso es que considere oportuno volver a publicar esta contribución, puesto que “una parte del periódico dedicada a la gastronomía tiene que ver con el desarrollo cultural y comercial de la sociedad. No puede entenderse este servicio informativo de otra manera, si no es por la existencia de un mercado que ofrece y demanda servicios alimentarios de calidad, variedad y precio. Traer a consideración del consumidor no solo la existencia de otras formas de comer, estilo y usos diferentes, horarios, hábitos y costumbres. Atender nichos que la mercadotecnia gastronómica debe trabajar para un consumidor exigente, exquisito, especializado y conocedor. “Basta recordar que ya hace 500 años, el descubrimiento de lo que Cristóbal Colon llamo “las Indias” tenia como primer propósito la búsqueda de un camino alterno por donde llegar a las lejanas tierras de Catay, la China de Marco Polo. Rutas alternas por donde surtirse de los condimentos indispensables para darle sabor a los alimentos, que al despuntar el siglo XIV, los civilizados pueblos árabes acostumbraban usar con refinado conocimiento y elegante gusto. Las pimientas, canelas, nuez moscada que convertían en manjares, las carnes y harinas propias de la alimentación de los bárbaros, que sometieron al decadente imperio romano, solo se obtenían a precio de oro y a través del comercio con los “infieles” seguidores de Ala. Por eso la maravilla del descubrimiento encontrado de un continente, el que lleva el nombre del cartógrafo Américo Vespucio, que aportó a la dieta mundial otros productos insospechados, que maravillaron a al continente europeo: chile, aguacate, chocolate, vainilla, papa, jitomate o maíz, por mencionar los más conocidos”
“Si la historia de la humanidad se puede dividir en función de los apetitos satisfechos y si el mundo en que vivimos es un mundo estigmatizado por la fiebre comercial, entonces ¿Por qué seguir creyendo que solo de puede y debe comer un pedazo de cecina con chile, una mojarra o un taco de chivo? si también están la trucha, mero, guachinango, cabrilla, cazón, bacalao; o que agnus, rib eye, tasajo, churrasco, cabrito, conejo y no se olvide que existe la langosta, almeja, langostinos, ancas de rana.  La variedad es interminable ¿Por qué suponer que tortillas calientes, pelucas y ciciriscos son principio y fin de la alimentación cuando los arroces, pastas, shiappatas, baguetes, o birotes son iguales o mejores? ¿Por qué afirmar que el postre termina en el flan napolitano o los duraznos almibarados, si el ingenio humano lleva el placer del dulce a niveles insospechados?”
No quiero terminar esta primera contribución sin hacer referencia brevemente al origen y significado del nombre de esta columna ocasional. La Gran Comilona es el titulo de una estupenda película dirigida por Marco Ferreri y filmada en 1973: “critica feroz de la sociedad de consumo y bienestar que termina por destruirse” Las actuaciones inolvidables de Ugo Tognazzi y Marcello Mastroniani son magistrales caracterizaciones de un exceso que ya desde entonces se perfilaba demoledor. De un sentido de la vida que entre todos y juntos, debemos impedir, para que ese destino, todavía no nos alcance.

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