lunes, 16 de julio de 2012

SÁBADO DISTRITO FEDERAL…


Es la mañana de un día después. Es domingo y hago mi ejercicio matinal, trotando en el camino conocido como a Santa Rosa, aquí en Tejupilco Sur Mex. La brecha húmeda presenta a las 7 de la mañana un olor campirano en la ruta de ida, con el Cerro de la “Muñeca” como fondo, impresionante, entre nubes de vapor que se levantan, como dice la canción del “Chorrito” de Gabilondo Soler. De vuelta, en el horizonte contrario, entre praderas verdes y sapos enormes que se cruzan en la vereda, observo el despuntar del viejo Sol, mientras tarareo “Here comes the sun”, la inolvidable melodía de The Beatles que inmediatamente viene a mi memoria.
Es la vida bella, apacible de una comarca provincial. Es la ventaja comparativa  que hay que cuidar, reconocer, disfrutar y entender, ahora que aun se pueden establecer las diferencias entre la vida sabia y la vida activa, la vida política, como solo se puede entender y vivir y disfrutar en el Distrito Federal, en el corazón de México, en la capital de toda la republica mexicana.
Porque a pesar de algunas fallas que persisten, el transporte colectivo en el sur del estado de México ha evolucionado y puede ser utilizado con mayor seguridad, comodidad y puntualidad. Además, en temporada de vacaciones, con credencial de estudiante,  por menos de $200 pesos, esta al alcance de muchos jóvenes, la posibilidad de visitar el DF, y conocer la civilización de mayor altura y calidad de toda America Latina, muy por encima de muchas capitales norteamericanas.
Porque el DF es la reunión de siglos de cultura, arte y sociedad. Es la capital de la información, vanguardia en tecnologías, centro depositario de toda clase de expresiones religiosas, políticas, ideológicas, artísticas. Un viaje al DF puede representar la visita a Museos como el de Arqueología, el del Templo Mayor, el de Historia Natural, el de Arte Moderno, el Anahuacalli, el de José Luis Cuevas o el Estanquillo de Monsivais y prácticamente todo, de manera gratuita. Esta el Museo de la Estampa, el del Palacio de Minería, el de las Intervenciones, el Franz Mayer, el del Chopo, el museo de Diseño Gráfico, el de las “bolas” en la segunda sección del Bosque de Chapultepec. No hay limites y por unos pesos más, uno puede conocer lugares como el Papalote o entrar a una obra de Teatro, o simplemente caminar y ser testigos de los diferentes latidos de la vida urbana, completamente diferentes al ritmo de la vida rural, tal y como me sucedió este pasado sábado, en un breve trazo, entre la estación del metro Pino Suárez y la Catedral Metropolitana.
Caminar por los rumbos de mi adolescencia me resulta fascinante, encantan las visiones. El trayecto que va de José María Izazaga, hasta la de Justo Sierra detrás de la Catedral, comprende el cruce de la calle de San Jerónimo,  que tomo el nombre del convento de las monjas que cuidaron el encierro de Juana Inés de Asbaje y Ramírez, nuestra enorme poetiza Sor Juana Inés de la Cruz. Siguen las calles de Regina y de Mesones, donde comienza el frenesí desde muy temprano, en esta temporada de regreso a clases. Entre estas calles, y las perpendiculares, de Pino Suárez hasta la antigua Merced, atravesando Correo Mayor y Jesús María, los callejones de San Pablo hasta el Anillo de Circunvalación, existe todo un festín de útiles escolares de todo tipo, papelerías, dibujo, regalos, plásticos, boneterías. Extasía en esta zona de la ciudad, ver la coordinación y la solidaridad que guardan los vendedores ambulantes, con sus mercancías de dudosa calidad, pero a precios a la mitad de lo que señalan los establecimientos comerciales.
Camine por República de Salvador, seguido de las calles de Uruguay y Venustiano Carranza hasta llegar a la calle de Corregidora esquina con la Plaza Mayor, el Zócalo que cruce paso a paso, despacio, mientras no dejaba de observar el frenesí de los automóviles al pasar, las palomas que bajan y suben incesantemente, el deambular apresurado de la gente, el cielo plomizo, las vallas para regular el acceso, las muestras de expresiones variadas. Me llamo poderosamente la atención, una pequeña tienda frente a la Catedral, con unas personas declaradas en huelga de hambre, en contra del fraude electoral y la imposición de Peña Nieto. Me acerque a observar cuando de repente escucho gran algarabía y veo el paso de una camioneta a toda velocidad y detrás de ellos gritos y susurros. Veo gente que corre y chifla y empiezan a salir de la calle de Moneda más camionetas blancas, con una docena de policías al menos cada una, llevando arriba a personas jóvenes desaliñadas, con bolsas de plástico negras muy grandes. Son comerciantes que han sido levantados de la vía pública y seguramente los dirigen al ministerio respectivo.
El transito se detiene, mientras el operativo policíaco toma forma y se puede sentir la adrenalina a flor de piel. Decido ser parte de ese momento y me acerco y prácticamente toco, huelo, oigo y veo: parecen “robocops” pues al chaleco que cubre y blinda pecho y espalda, la indumentaria color gris rata o azul, le acompañan unas especies de corazas duras pero ligeras, como jugadores de futbol americano. A uno le pregunto si es un operativo en contra de los vendedores ambulantes… me mira, frunce el cejo, me responde que si. Son hombres y mujeres de entre 25 a 35 años que saben que están en riesgo. Llegan patrullas modernas, de colores azules con gris, parecen apoyos de las que bajan policías de mayor rango que dan instrucciones. Retirarse es la orden. Y rápidamente comienza la dispersión. Mucha gente ve, de pie observa. Casi todos quedamos estupefactos por la rapidez, la coordinación y la idea fija de que en cualquier momento, el cuerpo policíaco puede ser rebasado y vencido, por las multitudes que encuentra en la venta callejera un modus vivendi.
El momento es roto cuando se escuchan atronantes las campanas de la Catedral. Son las 11 de la mañana y el tañer es parecido al estruendo de cañones de guerra, pero melodiosos. Son fuertísimos y parece que marca el retorno de la normalidad, la del grito de “bara bara, bara bara”… la de los danzantes prehispánicos con cuerno y caracol, sonajas y tamborcillos. Hay gente en espera de que el sahumerio les proporcione una “limpia” que mejore su vida. Mientras en otra parte, en la esquina norte de Guatemala y Brasil, una multitud se agolpa para aplaudir a bailarines improvisados, que a ritmo de “breake dance” giran y se contorsionan increíblemente.
Antes de iniciar mis tareas de buscar y comprar los libros que traeré  esta vez, para este sur de México, decido tomar un café que se convierte en un sabroso desayuno en un pequeño establecimiento, con muchos años de experiencia,  que tiene molinos hacia la calle, donde se preparan los diferentes clases de grano, para que las maquinas especiales, sirvan una amplia variedad de bebidas, desde los clásicos café expreso o americano, mas toda la gama de capuchinos, frapes y lates que hoy seducen a paladares diferentes. Sabrosos pastelillos y la atención esmerada del personal. Perfectamente informados, los jóvenes que atienden las cuatro mesas escasas, nos antojan con los muffins rellenos de mermeladas, o los estrudel calientes almibarados.
“Desde las diez ya no hay donde parar el coche…ni un ruletero que lo quiera a uno llevar…Llegar al centro atravesarlo es un desmoche …un hormiguero no tiene tanto animal… Saaabado Distrito Federal”

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